Se aprende qué plaza ocupa Eduardo Mendoza dentro del mercado literario de España cuando, encargado de un blog literario que es uno, buscas vía Google Imágenes la foto de portada con la que ilustrarás la ficha técnica de la reseña de su última novela, El secreto de la modelo extraviada, y te encuentras con tamaña e hipnotizante estepa de clónicos iconos, mosaico de más y más fotos de portada, y otra y otra y otra, pertenecientes todas a comercios (librerías, grandes almacenes y jurarías haber visto incluso alguna que otra perfumería y tienda de repuestos para coches) que han tenido a bien en incluir entre su catálogo de productos dicho libro, bendito montón de páginas encoladas y firmadas no ya tanto por un veterano escritor barcelonés de 73 años de calidad incuestionable y dominio insultante del castellano, sino por todo un genuino imán de monedas en esto de la cosa literaria. 18,50 en este caso. Ése es hoy Eduardo Mendoza: un escritor que, encima, vende libros.
–¿Y por qué tan pronto otro libro de la saga del detective sin nombre? –le preguntaron hace unos meses en la SER en alusión a los escasos cuatro años transcurridos, cual legislatura política, desde la publicación de la última entrega, El enredo de la bolsa y la vida, muy llamativos si tenemos en cuenta que el tercer capítulo, La aventura del tocador de señoras, data de un lejano 2001, y que el primero de todos, El misterio de la cripta embrujada, se estrenó junto a la Democracia, en 1978, teniendo que esperar hasta 1982, como el felipismo, para la llegada de El laberinto de las aceitunas.
–Pues porque me hago mayor y mi tiempo se acaba– respondió el bueno de Mendoza, restando gravedad a la frase con una sonrisa que, de tan grande, hasta por la radio se notó ¿Estarán los designios políticos de este país, tan ingobernable el pobre, misteriosamente ligados a la trayectoria profesional de este escritor al que el tiempo se le acaba? Vaya tontería, ¿no? Pues Eduardo Mendoza se ha marcado un libro entero de aseveraciones por el estilo. Y parece que porque sea Eduardo Mendoza uno no pueda decirlo: El secreto de la modelo extraviada es un libro muy bobo.
El autor de una de las mejores intrigas del siglo XX, La verdad sobre el caso Savolta, no necesita ya demostrarle nada a nadie y, por eso mismo, lejos de marcarse grandes aglomeraciones de páginas con las que resumir una vida, Mendoza ha optado por pasárselo bien el rato que le quede en el convento. Sus memorias, dice, ya están escritas, porque todas sus novelas “están hechas de fragmentos de memoria”
Sobre el papel, la cosa apunta maneras de novela negra de manual: chica guapa muerta, detective hecho puro esperpento, comisario cabrón, mensajes en sobres, tinta invisible, diálogos rápidos… está hasta la familia pija con chacha. En la práctica, esto no es más que un nuevo fascículo destinado a un público que ya sabe lo que va a encontrarse: a un personaje que se recorre Barcelona de una punta a otra para conocer a gentes irreales que hablan como personajes pudientes galdosianos, tan cultos todos ellos. Gentes que nunca han existido ni existirán, porque su discurso inteligente choca frontalmente (y sin cinturón ni airbag) con esa personalidad tan extrovertida y tan poco amiga de guardarse intimidades que tanto ayuda a lubricar la historia, basada en su totalidad por una serie de estrambóticas y poco creíbles situaciones cuyo desenlace, tan surtido de felices casualidades, no hace más que evidenciar la naturaleza bromista y relajada de estas 300 páginas sin muchas más pretensiones que las de entretener a aquellos que ya saben a lo que han venido.
Por mucho que en esa misma entrevista de la SER Mendoza nos hablase del tema aquel de la contraposición de las dos Barcelonas (la pre olímpica, con su barrio Chino, sus tascas y su romántica putrefacción) y la otra, la de parque Tívoli del turismo, éste no es más que un rasgo menor de la novela y, desde luego, no El Rasgo. Al prota le muerde un perro en la primera página y esto le hace retrotraerse a los años ochenta, donde transcurre casi toda la historia a modo de recuerdo. Solo el tramo final, casi epílogo, tiene lugar en el presente. En estas últimas páginas encontramos dos magníficos monólogos muy sentidos y pesimistas sobre la decadencia de Barcelona que serán, para los no fans del Mendoza humorístico, de lo mejorcito del libro.
Eduardo Mendoza hace chistes sobre travestis con bigote, sobre hombres que insisten en repetirle a todo Cristo que ellos no son gays. Chistes sobre un Papa que bendice rayas de coca o mafiosos que llaman al Telepizza, dando lugar a un nutrido repertorio de dislates que persiguen la gracia en la más simple caricatura, siendo ésta muchas veces el resultado de una fórmula consistente en la exposición, durante cinco o seis líneas, de un diálogo o situación harto formal y serio que es culminado con un exabrupto que, de inesperado y chirriante, se supone que también ha de ser gracioso.
Lo mejor es la acción constante. No hay momento para el descanso. Si no te gusta un chiste, a ver qué tal el siguiente, que no tardará demasiado. Y si no, pues a ver en qué acaba la investigación. Solo para fans.
Eduardo Mendoza, El secreto de la modelo extraviada
Seix Barral, Barcelona 2015
314 páginas | 18,50 Euros