El gran Gatsby en 10 escenas

el gran GatsbyPocas novelas han contado tanto con tan poco. Ni a 200 páginas llega. El mismo año en el que Dos Passos lanzó su genial Manhattan Transfer, Scott Fitzgerald publicó su propia versión de las cosas; su versión de unos Estados Unidos en los que el dinero estaba volviendo locos a sus habitantes mientras, de fondo, se seguían sucediendo las mismas historias de amor, amistad y rivalidades de toda la vida. En su novela, Dos Passos recurrió a cerca de 40 personajes. Scott Fitzgerald solo a uno. En un panorama literario en el que reseñar El gran Gatsby tendría el mismo sentido que intentar describir a Jesucristo, optamos por destacar diez momentos que hacen tan especial a este libro. Resumen de El gran Gatsby cargadito de spoilers.

1. ¿Dónde está Gatsby?

Nick Carraway, narrador en primera persona de esta historia, lleva ya varias páginas sembrando en el lector la semilla de la curiosidad. Sobre todo cuando dice esto: “No volvería a intentar adentrarme en el corazón humano. Sólo Gatsby, mi vecino, sería la excepción. Gatsby, que representaba todo lo que yo despreciaba”.

Tan grande es este Gran Gatsby al que, por ahora, solo conocemos mediante el relato grandilocuente de Nick, que Scott Fitzgerald puede permitirse demorar su aparición hasta el capítulo 3, página 55. Y cuando al fin entra en escena, lo hace del mejor modo posible: con sorpresa. Sabemos que será una entrada triunfal, estamos más que alerta y, aun así, Scott Fitzgerald se sale con la suya.

Nick, que por fin ha sido invitado por Gatsby a una de sus salvajes fiestas, está obsesionado con localizar al anfitrión del guateque. Qué menos que decirle hola, que gracias por todo. Tras un buen rato de búsqueda entre el gentío, Nick se rinde y opta por dejarse llevar:

“Yo seguía aún con Jordan Baker. Estábamos en una mesa con un individuo aproximadamente de mi edad y una muchachita bulliciosa que reía desenfrenadamente a la menor provocación. Me estaba divirtiendo. Me había bebido dos aguamaniles de champán, y la escena se había transformado ante mis ojos convirtiéndose en algo significativo, elemental y profundo”.

Media página más adelante, Nick se pone a hablar con el joven de su edad:

–Esta fiesta me resulta extraña. Ni siquiera he saludado al anfitrión. Vivo ahí al lado. –Agité un brazo en dirección al invisible límite que separaba las fincas–, y el tal Gatsby me mandó al chófer con una invitación.

Por un momento me miró como si no lograra entender lo que decía.

–Gatsby soy yo –dijo de repente.

55 páginas después de comenzar a leer, cuando uno lo que esperaba era ver aparecer a Gatsby montado en un elefante, acompañado por 50 bailarinas y con fondo de timbales y trompetas, el millonario se cuela en el relato como un perrillo en un descampado.

2. Cogorza

En el anterior punto hemos citado una soberbia descripción de lo que viene siendo una borrachera simpática. Para los pedales de campeonato Scott Fitzgerald (que sabe de lo que habla) prefiere mostrar un desfile de escenas donde se dan cita el esperpento, la incoherencia, la hipérbole y la elipsis. Las cosas pasan porque pasan, sin que haya que buscar muchos motivos más allá de la graduación de los licores, capaces de sacar lo mejor y peor de cada uno. Lo vemos bien la primera vez que Nick se va de fiesta con Tom y su amante a casa de unos amigos:

Eran las nueve; casi inmediatamente después miré el reloj y me encontré que marcaba las diez. (…) El perrillo estaba sobre la mesa mirando sin ver a través del humo que llenaba el cuarto, y de cuando en cuando gemía débilmente. La gente desaparecía, reaparecía, planeaba ir a algún sitio, y luego se perdía, se buscaba y volvía a encontrarse a un metro de distancia. En algún momento, cerca de la medianoche, Tom Buchanan y la señora Wilson tuvieron un enfrentamiento, al discutir con voz apasionada si Myrtle tenía derecho a mencionar el nombre de Daisy.
–¡Daisy! ¡Daisy! ¡Daisy! –gritó la señora Wilson–. ¡Lo diré siempre que me venga en gana! ¡Daisy! ¡Dai…!
Con un movimiento breve y preciso de la mano, Tom le rompió la nariz.

3. Cumpleaños

En suma, este libro es la historia de un verano. El verano en el que Nick coincidió jardín con jardín con Gatsby le marcó tanto que le dedicó esta novela a modo de recuerdo póstumo. Por mucho que Nick sea el narrador, el protagonista es Gatsby. A la constante cortina de niebla que acompaña al millonario (una persona de la que nunca llegamos a estar seguros, ni de su pasado ni de su presente)  hay que sumar la personalidad un tanto misteriosa de Nick, el cual queda completamente eclipsado: de Nick iremos conociendo contadísimos detalles que, más que ayudarnos a dibujar su carácter, ayudan a engrandecer el impacto que en él hizo conocer a Gatsby. Después de cumplir en la 1º Guerra Mundial, Nick decide mudarse a Nueva York y probar suerte en el negocio de los bonos. Está lejos de su familia y no conoce a nadie, solo a su prima Daisy. No se nos cuenta nada de cómo es su vida, de su día a día. Solo lo que tenga estricta relación con Gatsby. Nick es una persona que, justo después de presenciar una acalorada discusión entre Daisy (la amada de Gatsby) y Tom, recuerda que hoy es el día de su cumpleaños. Gatsby y Nick son personas que están muy solas, pero cada una a su manera.

La historia de amor entre Nick y Jordan solo se intuye, apenas consta como trama secundaria. Esto se debe a lo que ya hemos dicho sobre el foco de atención centrado en Gatsby y, también, a que Nick es un bendito con una serie de principios y valores que apenas tenemos el gusto de conocer salvo en extractos como éste:

Sus ojos grises, entornados por el sol, siguieron mirando hacia adelante, pero Jordan había modificado deliberadamente nuestras relaciones, y por un momento pensé que la quería. De todos modos soy una persona que piensa despacio y estoy lleno de reglas internas que actúan como freno a mis deseos, y sabía que antes tenía que dejar las cosas bien claras en mi ciudad natal. Aún escribía cartas semanales y seguía firmándolas: “Con todo cariño, Nick”. (…) Todos nos imaginamos poseedores, al menos, de una de las virtudes cardinales; en mi caso, creo ser una de las pocas personas honradas que conozco.

4.Tarjeta blanca

¿Y quién será ese Gatsby del que todos hablan? ¿A qué se dedica? ¿Qué hay que hacer para que nos invite a una de sus fiestas? Scott Fitzgerald consigue contagiarnos ese aura de socialité VIP Gatsbyano no describiéndolo, sino mostrándolo. He aquí Gatsby al volante:

“Con guardabarros como alas extendidas diseminamos luz a través de medio Astoria; solo la mitad, porque mientras culebreábamos entre los pilares del ferrocarril elevado oí el familiar rugido de una motocicleta que aceleraba, y un policía frenético se puso a nuestra altura.

–Está bien, muchacho –le gritó Gatsby reduciendo la velocidad.
Sacó una tarjeta blanca de la cartera y la agitó ante los ojos del representante de la ley.
–Tiene usted toda la razón –admitió el policía llevándose la mano a la gorra– Le reconoceré la próxima vez, señor Gatsby. ¡Disculpe!

5. ¿Tiene algo que decir?

Siguiendo la misma idea del punto anterior, un buen día un periodista se presenta en casa de Gatsby simplemente para ponerle un micrófono delante. Sin motivo. Solo por ver si tiene algo que decir sobre lo que sea. Es un modo inteligente y muy divertido que Scott Fitzgerald usa para mostrarnos hasta qué punto el nombre de Gatsby circula de boca en boca entre las altas esferas de Nueva York.

“Más o menos por entonces un periodista de Nueva York, joven y ambicioso, se presentó una mañana en casa de Gatsby y le preguntó si tenía algo que decir.
–¿Algo que decir acerca de qué? –quiso saber Gatsby cortésmente.
–Tan solo si tiene que hacer alguna declaración.

6. Gatsby y Daisy

El primer encuentro entre Gatsby y Daisy, su antiguo amor, es el momento más emocionante de la novela (junto con el final, claro). Si Gatsby alguna vez mostró interés por ser amigo de Nick era única y exclusivamente para acercarse a su prima, no lo olvidemos (esto añade otro punto más de misterio acerca de la personalidad afable que el millonario parece tener de forma desinteresada con todo miembro de la raza humana). La primera vez que Nick reúne a los tortolitos bajo el mismo techo, la tensión no hace falta ni describirla. De nuevo, Scott Fitzgerald no nos dice que Nick está incomodísimo sin saber qué hacer ahí en medio, sino que solo nos lo enseña:

–Hace muchos años que no nos veíamos –dijo Daisy, con toda la naturalidad que le fue posible.
–Cinco en noviembre.
El carácter maquinal de la respuesta de Gatsby nos hizo retroceder a todos otro minuto por lo menos. Cuando ya les había hecho ponerse en pie con la desesperada sugerencia de que me ayudaran a preparar el té en la cocina, la endemoniada finlandesa lo trajo en una bandeja.

7. La revelación

Ya de por sí dice mucho de esta gente que, frente al tedio de una tarde veraniega sin nada que hacer en casa, el plan ganador sea viajar en dos coches a Nueva York para alquilar una habitación de hotel en la que tomarse julepes de menta. Es aquí, en medio de un bochornoso “calor vegetal” de pleno verano en Manhattan, donde por fin Gatsby pone las cartas sobre la mesa. Nick, Jordan y Daisy son testigos de la pugna verbal entre los dos caballeros:

–Pues yo tengo algo que decirle, muchacho…. –comentó Gatsby. Pero Daisy adivinó sus intenciones.
–¡No por favor! –le interrumpió con aire desamparado– Por favor, vámonos todos a casa. ¿Por qué no nos vamos todos a casa?
–Excelente idea –dije poniéndome en pie–. Vamos, Tom. A nadie le apetece tomar una copa.
–Quiero saber qué es lo que tiene que decirme el señor Gatsby.
–Su mujer no le quiere –dijo Gatsby–. Nunca le ha querido. Me quiere a mí.
–¡Está loco! –exclamó Tom maquinalmente.

8. Coche amarillo

No debe de ser casualidad que el acontecimiento que termine de ponerlo todo al revés en la trama se produzca durante regreso de este absurdo viaje. Un viaje que, como casi todas las actividades que llevaban a cabo este grupo de pudientes, no tenía una razón de ser más allá que la de engrosar la lista de actividades banales con las que gustaban de rellenar una vida sin demasiado que hacer aparte de pasarse las tardes recostados en el sofá, engalanarse para el baile y darse una vuelta por los grandes almacenes. El atropello homicida a una inocente consigue reconectarles moentáneamente con la realidad del mundo que les rodea; una realidad que Nick nunca ha llegado a abandonar y que lleva narrándonos desde que comenzó la novela, evidenciando así el brutal, cruel e ignorante contraste entre el mundo real y esa otra caricatura efímera de existencia dorada, placer etílico y millonarios incapaces de ser felices.

Después de la sorpresa del atropello del coche amarillo, propiedad de Gatsby, Scott Fitzgerald se saca de la manga un combo brillante, y nos deja otra vez fuera de juego al revelarnos que la persona que llevaba el volante no era él, sino Daisy.

9. Última conversación

Tiene tal dramatismo y liturgia que solo el lector más despistado ni se huele algo:

–Voy a vaciar la piscina, señor Gatsby. Empezarán muy pronto a caer hojas, y enseguida surgen problemas con las cañerías.
–No lo haga hoy –contestó Gatsby. Se volvió hacia mí con gesto de disculpa– ¿Sabe que no he usado ni una sola vez la piscina en todo el verano?
Miré el reloj y me puse en pie.
–Mi tren sale dentro de doce minutos.
No quería ir a la ciudad. Me sabía incapaz de trabajar en serio. Pero era algo más: no quería dejar solo  Gatsby. Perdí aquel tren y luego perdí otro antes de marcharme definitivamente.
–Le llamaré –dije por fin.
–No deje de hacerlo, muchacho.
–Le llamaré hacia el mediodía.
Bajamos lentamente los escalones.
–Supongo que Daisy telefoneará también. –Me miró con ansiedad, como esperando que yo confirmara su esperanza.
–Supongo que sí.
–Bueno, hasta la vista.
Nos dimos la mano y eché a andar. Antes de llegar a la verja recordé algo y me volví.
–Son mala gente –le grité desde el otro extremo del jardín –. Vale usted más que todos ellos juntos.

10. Funeral

Los momentos previos y posteriores al asesinato son presentados de un modo mucho más intenso, como si Scott Fitzgerald ya hubiese dado por hecho el adiós de Gatsby en la narración. Hay un punto macabro y desconcertante en el hecho de que el único que acuda a su entierro (además de Nick) sea ese extraño hombre con ojos de búho al que nos encontramos en la primera fiesta hojeando impresionado algunos tomos encerrado él solo en la biblioteca de Gatsby, y que poco después protagonizó, borracho perdido, otro accidente de coche a la salida de la fiesta. La presencia de este personajillo logra que la estampa del funeral sea aún más desoladora que si no hubiese acudido nadie. Es de una belleza trágica. Como la novela.

Regresamos a los coches lo más deprisa que pudimos. Ojos de Búho habló conmigo junto al portón.
–No me ha sido posible ir a la casa –se disculpó.
–No le ha sido posible a nadie, por lo que parece.
–¡No me venga con cuentos! –exclamó–. ¡Santo cielo! ¡Si iban a su casa por centenares!
Se quitó las gafas y las limpió de nuevo, por fuera y por dentro.
–Pobre desgraciado –dijo.