“Así como el objetivo literario de Chirbes [en En la orilla] resulta factible y, de hecho, queda admirablemente resuelto, sin que haya quizá mejor formato que la novela para conseguirlo, Todo lo que era sólido, en cambio, adopta una forma ensayística y se mete en un terreno pantanoso, careciendo de los medios para salir de la ciénaga”.
La desfachatez intelectual también podría titularse La desfachatez de Antonio Muñoz Molina, Félix de Azúa, Javier Cercas y Fernando Savater. Si eso es pedirle demasiado a un título (por mucho que Patricio Pron se las gaste peor con los suyos), pues más fácil: La desfachatez de El País. O también: El País, ese nido de farsantes. O también… No parece casualidad que los cuatro autores a los que más les estarán pitando los oídos desde el lanzamiento, hace pocos días, de este libro valiente editado por Catarata, sean colaboradores habituales del periódico de PRISA. Amparado en que éste es el diario que más escritores acoge entre sus alas, Ignacio Sánchez-Cuenca (profesor de Ciencia Política de la Carlos III) denuncia en este libelo la existencia de un fraude intelectual ejercido por las más excelsas plumas literarias de España (más Vargas Llosa) a la hora de hacer análisis político; y parece que todas publican en El País. Es un libro interesante y arriesgado que por desgracia se antoja algo escaso en comparación a todo lo que podría haber dado de sí si se hubiese ampliado el foco de análisis.
Una idea repetida hasta la saciedad: que escribas buenas novelas no significa que escribas buenos análisis. Frente a “los figurones de siempre, con su ego hinchado y su opinión tajante e idiosincrásica” (derrochadores de aquel “machismo discursivo” acuñado por Diego Gambetta), el autor nos invita a fijarnos en nuevas voces que, a su juicio, están mejor preparadas y especializadas. Y a la mierda el artículo semanal del deslenguado Arturo Pérez Reverte (de quien recuerda su multa de 200.000 euros por plagio), y a la mierda las tribunas de los Nobel de Literatura, parece decir Sánchez-Cuenca, a ratos notablemente desencadenado. De Vargas Llosa, otro de los priseros agraviados:
“Todo lo que en su literatura es sutileza se transforma en la prensa en opiniones esquemáticas y superficiales. Los artículos en los que expone el catón liberal tienen un cierto aire de catecismo laico y hasta de manual soviético de materialismo dialéctico, por su simpleza y acartonamiento. Su liberalismo económico es primario y la manera de defenderlo se corresponde con una forma especialmente tosca de machismo discursivo”, consistente en pontificar sin tener a la vista los datos y sin considerar argumentos alternativos a los suyos. Su escritura se vuelve propagandística y previsible, hasta el punto de que es raro poder aprender de sus artículo más políticos”.
Toma ya.
Ni que decir tiene que cada uno de los embates viene debidamente argumentado con entrecomillados y notas al pie que remiten a artículos que, en su mayoría, han sido publicados en prensa durante la crisis económica. Si no justificamos lo suficiente las pedradas en esta reseña es porque ya está feo llenarlo todo de entrecomillados para, encima, ponerse a meta citar.
Duda para el catedrático: ¿por qué limitar el sesgo a la prensa escrita? ¿Es que no hay escritores jugándosela (y/o montándose sus películas guapas) cada tarde en La Sexta y Onda Cero? ¿Qué pasa con las Intereconomías y Libertades Digitales de turno? A este respecto, es de agradecer que el autor opte por esquivar con dignidad la crítica a la derecha cavernaria mediática, tan facilona ella. Con José María Izquierdo ya nos sobra. Los César Vidal y Pío Moa de turno tienen en La desfachatez intelectual exactamente el número de menciones que se merecen: cero. Tampoco era cuestión de tomar ejemplos masticados pero, insistimos, la diana del autor no parece ser el panorama mediático español, pues hay mucho trigo que cortar más allá de las fanegas de Miguel Yuste. Siendo rigurosos, al centrarse en cuatro apellidos y una empresa, este libro ofrece menos de lo que promete.
En perspectiva, apostamos por que este ensayo nacido al amparo de la emocionante oleada de nuevos medios digitales (en concreto, infoLibre) será recordado como otro ladrillazo más en pos del desmoronamiento (o, si se prefiere, la renovación) de la socialdemocracia política y mediática. El tono del libro es ése: “en el PSOE huele a cerrado tanto como en sus medios afines, y ya va siendo hora de ventilar el cuarto y desmontar unos cuantos mitos”, parece pensar el autor (ex colaborador ocasional de El País, donde ya dejó un germen de este ensayo en una joyita titulada Literatura política, y ahora articulista de infoLibre, por cierto).
Dicho esto, el libro es una gozada.
“El mundo de las letras es bastante pequeño y los efectos de cuestionar a ciertas figuras pueden terminar siendo fuente de complicaciones. Imaginemos que alguien critica a Fernando Savater, quizás el más público de nuestros intelectuales públicos: no cabe descartar que en El País se sientan ofendidos y consideren un “empecinado” al autor de la crítica, que, a su vez, encontrará dificultades para publicar en Claves de la Razón Práctica, revista del grupo PRISA dirigida por Fernando Savater, pero también para que le concedan el Premio Anagrama de Ensayo, en cuyo jurado ha estado Savater muchísimos años, o el Premio Espasa de Ensayo, en el que también estuvo un tiempo, y así hasta el aburrimiento. Lo mismo cabe decir de muchos otros figurones con múltiples y largos tentáculos en los medios de comunicación y editoriales de este país.”
El primer capítulo está dedicado a la “impunidad generalizada” con la que escritores de prestigio casi inmaculado hasta la fecha vierten opiniones de toda índole y sin vinculación alguna al mundo de la literatura, única parcela en la que han demostrado un notable saber hacer. Aunque Alberto Olmos ya le haya dedicado una buena tunda a Muñoz Molina hace muy poquito en El Confidencial, y Cercas o Javier Marías sean habituales de blogs literarios con mucho menos pudor y respeto que el que tenemos en Pollito Libros, la lista de damnificados de La desfachatez intelectual es la principal baza de esta rara avis editorial tan en sintonía con las recientes El cura y los mandarines y El retorno de los chamanes: aquí, además de la queja, hay nombres y apellidos.
“Yo no sé cuántos artículos malos tiene que escribir Félix de Azúa sobre política antes de que alguien reconsidere su talento como articulista”.
En el segundo capítulo se pone el foco en los debates sobre el terrorismo y los nacionalismos, caladeros habituales de este afán de los escritores por “opinar sobre política sin haber hecho un mínimo esfuerzo por aprender y estudiar”. Se trata de un capítulo muy pedagógico en el que cada desfile de sospechosos y culpables viene precedido de unas cuantas páginas de historia reciente de nuestro país. Savater recibe de lo lindo cuando se le recuerdan sus posturas más relajadas con Batasuna precisamente en la época más sanguinaria de los etarras, a Cercas se le acusa defender el referéndum antes que las plebiscitarias y, dos años después, la idea contraria, (dejando caer que lo que en realidad defiende es que todo siga como está). El decálogo de los principales argumentos esgrimidos por los contrarios al referéndum catalán de independencia es de los pasajes más brillantes del libro, ya que cada uno de los lugares comunes del tertuliano anti-indepe es respondido con gélida teoría política de catedrático.
Por último, el tercer bloque de La desfachatez intelectual está dirigido a obras muy concretas: de Todo lo que era sólido, se asegura que Antonio Muñoz Molina “intenta determinar las causas de la crisis y se equivoca, por falta de preparación y conocimiento, casi en cada página del libro (y de paso se deja a la altura del betún a las no pocas figuras y publicaciones que alabaron el libro lanzado en 2013 y reseñado en este blog). También son analizados, aunque con mucha menor saña, Qué hacer con España. Del capitalismo castizo a la refundación de un país, de César Molinas, y El dilema de España, de Luis Garicano. Los dos títulos son utilizados como ejemplo de literatura sobre la crisis en la que se propone la puesta en práctica de medidas y reformas sin una suficiente rigurosidad teórica que garantice su funcionamiento.
Las argumentaciones con las que el autor sostiene la incompetencia de los intelectuales citados en La desfachatez intelectual, son sólidas y, con todo, la enmienda a la totalidad se torna injusta, desmedida. Se vuelve inevitable reencontrarse con la página semanal de Javier Cercas y pensar en ella en términos de papel higiénico satinado. Y tampoco es eso. Que uno debe asomarse al diario con la máxima de las cautelas es cosa de simple sentido común. Comprar argumentos a ciegas ni se plantea. Que hay voces nuevas que deben ser escuchadas es indudable. Y, al mismo tiempo, esta decapitación sumaria y generalizada a todo intelectual ochentero tiene algo de excesiva. Reflexión necesaria, pero pasada de frenada.
Jon Juaristi, de ABC, ya ha respondido. Y está enfadado.
Ignacio Sánchez-Cuenca, La desfachatez intelectual
Madrid, Catarata, 2016
221 páginas | 17,50 Euros