Se tarda poco más de un blitz en leer la nueva novela de David Trueba. Siete años y una crisis después, el madrileño ha vuelto a sacar libro después del genial Saber Perder, reseñado en pollitolibros.com por Roberto Herrero, y quince años después de Cuatro amigos (por Elena Horrillo). Y en el libro hay algo de crisis, pero sobre todo algo de años. Un libro triste pero con trasfondo positivo. Supongo. O un libro positivo embadurnado de sombra. No sé.
El blitz es el relámpago que se te presenta sin cita previa para desangrarte un capítulo más de la vida; es la muesca con la que enterrarás (y recordarás) una época, un tiempo, una manera de pensar y todas esas verdades que, dicen, una vez defenestradas te volverán más fuerte.
Aquí el blitz aterriza en la primera línea del libro, disfrazado de SMS revelador y emoticono de corazoncito que logra hacer aún más punzante la infidelidad recién hallada. Beto acaba de descubrir que esta visita de trabajo a Munich será la última que haga junto a la que todavía era su novia cuando sintió el teléfono zumbar. Ella pica billete para Madrid y él, desnortado, se queda unos días a digerir la cosa.
Beto, paisajista él, halla al día siguiente durante una conferencia una suerte de certeza ya sabida pero ágilmente condensada en unas pocas palabras que bien podrían resumir el alma de este libro cerrado por derribo. Un anciano japonés justifica el esqueleto filosófico que hay detrás de un jardín que ha diseñado para un centro de ancianos con alzheimer: “La belleza se resume en apreciación, concluyó. El paso del tiempo es la expresión perfecta de la fugacidad y es precisamente ese discurrir el que dota a cada etapa vital de significado. El sentido de la vida es vivir siguiendo el sentido de la vida.”
Caminante no hay camino.
Trueba vuelve a echar mano (y muy bien) de los diálogos camuflados entre descripciones, sin raya larga o nada que los distinga más allá de las primeras palabras, encargadas de dejarle claro al lector que se trata de una apelación. Parece fácil pero.
Dada la brevedad de esta novela suspiro, mejor será no añadir mucho más. No es un libro agradable. No es un masaje. Cuatro amigos era una putada pero te reías. El protagonista de Blitz podría ser uno cualquiera de aquellos descarriados y chisposos jóvenes, pero después de haber sido pasado por el rodillo del tiempo. Y no un rodillo muy grande, pero sí un tiempo bastante cruel: apenas un par de años de frío, los suficientes para deshuesar la juventud de la madurez. Un lapso en el que la lista de sueños e ilusiones es obligada a presenciar cómo la realidad le va desflorando los planes, por inviables, a velocidad récord. A velocidad blitz.
Terminado el libro, le entran a uno ganas de tomarse algo con David y preguntarle que qué tal todo.
David Trueba, Blitz
Anagrama, Barcelona 2015
166 páginas | 16 Euros