Si José Manuel Lara Hernández, fundador del imperio editorial por excelencia en España (Planeta) y padre del actual presidente, José Manuel Lara Bosch, bautizó la colección Panorama de Narrativas como la “fiebre amarilla” debido a su gran acogida en las mesas de novedades, ¿cómo deberíamos apodar a los Compactos Anagrama? ¿Cómo es que no ha salido aún ninguna figura del mundillo con un, qué sé yo, “peste multicolor” o “plaga del arcoíris” bajo el brazo? Todo Dios alguna vez se ha leído un Compactos y esto no admite discusión.
Con el catálogo de escritores contemporáneos más potente del mercado, y una relación calidad/precio imbatible, la colección de libros de bolsillo de Anagrama es puro caballo ganador; la mejor forma de gastarse unas pocas monedas sin miedo a equivocarse. No voy a comisión: es mi colección favorita, el historial de este blog puede dar buena cuenta de ello y, por eso, se ha ganado el derecho a la entrada más chorra de Pollito Libros.
¿Cuál es el criterio que siguen para asignar los colores? ¿A Sangre Fría es rojo por la sangre? ¿Por qué Nabokov tiene tantos libros rosas? Seguro que muchos lectores de esta entrada empiezan a impacientarse.
Llámenme loco, pero desde chiquito vengo dándole vueltas al tema de los colores. Típica tontuna que te visita de vez en cuando. Lo suficientemente leve como para no angustiarte, lo suficientemente presente en tu vida para no dejarte en paz: “Anda mira, este es nuevo, mira qué color más exótico le han puesto. Mira que son eh.”
Durante un tiempo creí que la cosa iba en función de las ventas o del prestigio del autor. Que el color era un estatus, siendo el rojo la medalla de oro. Ahí están Paul Auster, Roberto Bolaño o Enrique Vila-Matas con sus colecciones dominadas por el bermellón. Un día, descubrías algún libro verde o azul escrito por un autor rojo, y estupor, todo se te desmontaba. Había que montar otra teoría. Me venía muy bien para los viajes en transporte público.
Escribo a Anagrama y el misterio se esfuma: “Realmente no tienen ningún significado. La decisión es de Herralde.”
Consternación.
Pero como en Pollito Libros nos mueve el hambre y el espíritu de no dejar ninguna sombra sin iluminar, ahondamos en la cuestión. Esto no va a quedarse así, pensamos. ¿Qué pasa con tanto rojo? ¿Acaso es una indirecta de Don Anagrama? Jorge Herralde nos atiende por correo: “Lo que prima es la ilustración y a partir de ella escogemos un fondo, con criterios elásticos. Entre las diversas opciones propuestas por el grafista en cada título, yo escojo la que me parece más pertinente. Si acaso, hay una regla recurrente: cuando las ilustraciones son en blanco y negro el color de fondo es casi siempre rojo “Ferrari”.
Hago memoria y sí, los 86 cuentos de Quim Monzó, El Imperio de Ryszard Kapuscinski o Deseo de ser punk, de Belén Gopegui, todos tienen ilustración monocroma y lomos rojos. El bueno de Herralde no sólo se lee todos los libros de su editorial sino que también tiene la decisión final sobre las ilustraciones de la cubierta. Si nos fijamos, las ilustraciones suelen tener un color dominante que es el que finalmente adorna las tapas.
Pues la cosa era simple. Tanto para esto.
Por preguntar: —¿Y hay algún motivo por el cual libros como Wilt o Ada o el ardor sean rosas?
—Lo disímiles que son Wilt y Ada o el ardor indican que se trata de un puro azar. A rose is a rose is a rose, como diagnosticó Gertrude Stein.
Poniendo orden desde 1989
Es una colección pop, joven o atrevida. Poco importa la etiqueta porque la única realmente válida es la de Compactos: sólo el que ha leído unos cuantos alcanza a comprender la intención y la coherencia con la que la editorial lleva décadas armando la colección. El catálogo “se nutre básicamente de los mejores títulos del fondo editorial”, según se lee en el libro que la Anagrama publicó con motivo de su 40 aniversario, donde también se afirma que Compactos es “seguramente la primera colección en España dedicada sistemáticamente a la mejor literatura contemporánea.” No están todos los que son, pero sí son, etc.
La colección de Compactos se estrenó en 1989 con Factotum, de Charles Bukowski; El almuerzo desnudo, de William S. Burroughs; A pleno sol y la máscara de Ripley, de Patricia Highsmith; y Reunión tumultuosa, de Tom Sharpe. Entonces, cada libro costaba entre 600 y 800 pesetas. Hoy, los precios siguen siendo ridículamente razonables, bailando entre los siete y los catorce euros en función del número de páginas. Superados los compases de los primeros años de la década de los Noventa, en la actualidad se editan al año en torno a 30 nuevos Compactos.
Si hay alguna colección capaz de disputarle el primer puesto es la de los fantásticos DeBolsillo, de Random House, con sus de sobrios lomos color salmón y una tipografía y técnica de impresión algo más modernas. Aquí se juega aún más a lo seguro con Kafka, Hemingway, Dickens, Austen, Borges, Roth, Joyce…
¿Que cuál es mejor? Y qué más da. Cada una juega una liga diferente y complementaria. Dicen que hoy en día en España la venta de libros de bolsillo está por los suelos. Una pena y un sinsentido, pues los libros más baratos del mercado son también los que cuentan con la más positiva de las críticas: la de la calidad refrendada por el tiempo.
Larga vida a la peste multicolor.