Y no puedo deshacerme del pensamiento de que ese hombre no es un escritor. De que ese no puede ser Rafael Chirbes, el responsable de una de las novedades literarias de 2013 que más ruido ha hecho. Que más bien pareciera que en la librería le han dado el micro a uno de los parroquianos de bar de En la orilla (Anagrama). A uno de esos que ni con un quinto de vino blanco se ven ya capaces de arreglar el mundo, de encontrarle solución a esta perra vida en fase de derribo. “Pero denos alguna esperanza, por favor”, reclamará al valenciano la última participante de este encuentro en la madrileña librería Muga. Pilar, la profesora. Pilar, la de la chapa “Escuela pública para todos” a un lado y el bolso Chanel al otro, la que ha osado manchar el hermoso punto y final que nos había regalado Chirbes tras la lectura de un ensayo catastrofista (por supuesto) sobre la figura del escritor y los hábitos de lectura. Y Pilar, que confiesa no haber abierto un libro de Chirbes en su vida, acaba de convertirse esta tarde en la última persona del mundo a la que este perro viejo piensa dedicar una sola palabra de falso aliento. En su lugar, le regala tres, en forma de consejo: “Búscate un novio”. Y la conferencia se ha terminado.
Demasiado humano para ser escritor. El vestir desgarbado de zapatos cualquiera, pantalón cualquiera y camisa grande con pecho asomando. El discurso despreocupado por la altanería en las palabras, charleta de tasca. Las formas (ese rueda rueda constante al tapón de la botella, ese cuerpo desplomado sobre la mesa, el “leo esto y nos vamos ya”, sin timidez alguna para ocultar el sopor que le producen los compromisos editoriales que le obligan a abandonar su casa de la montaña. Digo que no parece un literato, pero todo es fijarse: del bolsillo del mantel a cuadros verdes le asoman dos plumas y unas gafas de lectura, la mochilita (del Pryca, como mínimo) que descansa bajo la mesa se pone a vomitar libros en cuanto baila la cremallera, y la boca…ay la boca. Es cuando se le escapan esas referencias a Balzac, a Joyce, cuando le da por decir que su última novela “es pura digresión sin ninguna fuerza centrípeta”, ¡pum! , esos segundos en los que de verdad tomas conciencia de que sí, de que es él.
Lleva un año sin escribir nada. Ahora le ha dado fuerte por los mexicanos, en especial Yuri Herrera y Rosario Castellanos, cuyo Balún-Canan se acabó ayer y le encantó. También se ha terminado ya el último de Ian McEwan, Operación Dulce y no le ha gustado mucho, pues su opinión se resumen en una exhalación “pfffff” de varios litros de aire. Aunque sí que le ha gustado el de Richard Ford, Canadá. Pero, ¿y sin contar los Anagrama que te mandan gratis a casa? Se saca de la mochila un Azorín, tomito de 1,95 euros, y dice con alarma que no sabía que estuviesen saldando tal editorial. Pero yo me quedo mirando la mochila. Es azul cutre y su capacidad parece no tener fin, como el hambre de libros de este hombre que vete tú a saber a quién le estará robando tiempo para ser capaz de deglutir tanta página: “Ayer me compré seis”.
Te enteras de estas cosas en el tète â tète posterior a la firma de ejemplares (mucha groupie cincuentona, por cierto). Ese encuentro íntimo y rápido donde el escritor se quita la poca máscara que le queda y relaja aún más la selección de epítetos, sin dejar de recordarte a cada frase su condición de biblioteca andante. Tienes que esperar, pues, al final del evento porque durante la charla el tema, más que la literatura, es la sociedad. Política, lucha de clases, ganadores, perdedores. Franco. Como en su obra, la Dictadura sobrevuela el salón subterráneo de la librería hasta el final de la tarde. Establecimiento repleto, poco más de cincuenta señores y señoras de edad respetable, quizás con algunos años menos que los 64 del escritor, pero con las sonrisas y los ojos del que sabe que se siente entendido. Incluso en nuestro encuentro privado, Chirbes tiene tiempo y ganas para denunciar la pésima gestión urbanística del último alcalde franquista del pueblo levantino que le vio nacer. Mi amigo Alberto, que veranea cada año en Tavernes de la Valldigna, no se ha podido callar, y los dos valencianos se sumergen un rato en el clásico intercambio de lugares comunes y totalmente ajenos al cordobés escocés que sigue mirando a ver qué más asoma de la mochila mágica.
La oscuridad de la noche ya es completa y al escritor el cansancio se le dibuja en la cara. Un texto y nos vamos. Elige La novela en la mesita de noche, de su colección de ensayos Por cuenta propia. Un trágico rapapolvo a la actual figura del escritor, reducido ya a mero merodeador desarmado en una sociedad que ya parece no necesitarle. No tengo más que echar un vistazo a mi alrededor para sospechar que tiene razón. Al menos tengo la certeza de ser el más joven en la sala. O a lo mejor es que la gente pasa de estos saraos. Los de aquí no. Se lo están pasando bomba. Hace rato que perdí la cuenta de los aplausos, pero el último es todo estruendo y son varios los que agarran un ejemplar reluciente de la mesa y se abalanzan a por la firma.
Quizás Chirbes lea tanto para aplacar su ignorancia. Porque él no sabe nada. Se lo dice al público hasta en tres ocasiones: “Yo probablemente no tenga más que decir que cualquiera de ustedes”, afirma, para aclarar que su único don es el del “artefacto literario”. Ni idea de nada. Ni de cuándo está escribiendo una novela, ya que simplemente recopila información, anota frases y un buen día, cuando lleva 600 folios, se da cuenta de que aquello puede valer (“La única novela que he escrito capítulo a capítulo es Mimoun“). A la pregunta de por qué se lleva tan mal con el punto y aparte, más de lo mismo: “Y yo qué demonios sé”. No sabe por qué la última de Ricardo Piglia es mala. Por qué lo fue la de Gabriel García Márquez. Pero, cuidado, porque justo después de afirmar que Félix de Azúa tiene diez veces más cultura que él, se preocupa por dejar muy claro que éste no sabe escribir novelas y que En la orilla es muy superior. Así es Chirbes, las suelta sin avisar. Como con Ramón Sender, de quien dice que su Imán es el único libro obligatorio del siglo XX” con el mismo rigor en el rostro con el que cinco segundos después te asegura que hizo muchas novelas basura.
Aquí no hay vino, como cuando Leila Guerriero en Barcelona, porque esto es Vallecas, perdón, Vallekas, y lo más que hay es un montón de niños golpeando desde las alturas el escaparate de la librería enterrada en el subsuelo. Han estado así media charla y a nadie ha parecido importarle demasiado. A un metro bajo tierra, hablaba Rafael Chirbes, uno de los más brillantes narradores de nuestro tiempo y, sobre todo, un tipo muy sencillo.
Reseña de En la orilla: http://pollitolibros.com/2013/04/22/en-la-orilla-rafael-chirbes/
Reseña de Crematorio: http://pollitolibros.com/2013/04/01/crematorio-rafael-chirbes/